La Última Esquina

Los Mackay de Coyhaique grandes personajes

Por Óscar Aleuy / 19 de octubre de 2025 | 15:13
Las Reuniones sociales del Coyhaique de los 50, cuando se estaba pensando en hacer algo para atacar el centralismo. Entre varios muy conocidos, Mackay es el séptimo de derecha a izquierda. (Foto museo Regional Aysén)
Recibe nuestras noticias en: WhatsApp | Instagram | Newsletter.
Los Mackay de Coyhaique grandes personajes
Atención: esta noticia fue publicada hace más de 29 días

El viejo Ricardo fue el último roble de los años 30 del siglo XX, en Coyhaique, una pintoresca figura de una personalidad avasallante y plagada de chascarros y frases rimbombantes. Las últimas veces fui con él a ver a Pancho Cordero a su casita de la calle Brasil y ya con más calma me llevó una foto donde aparece su padre junto al general Ibáñez del Campo en los 40.

A este famoso Mackay que montaba a caballo y entraba a los bares agachando la cabeza para entrar casqueando por los pasillos igual que muchos, lo conocí desde niño por su cercanía evidente con mi familia. Cuando murió mi padre, su incondicional amigo de siempre, lo fue a despedir al cuartel de los bomberos.

Las primeras familias

Como ocurre en todas las familias, los amigos de los padres son llamados tíos. Y primos eran sus hijos, Shirley, Ingrid y Rafael. Salimos desnudos en una foto con Rafael, en pleno verano de 1953 en el patio de la casa de 12 de Octubre con Freire. Juegos de niños.

Compartimos veladas distintas, primero con su padre el viejo Juan, el patriarca, y luego con su familia, la recordada Tita Bachler, su esposa que se criaron en la misma casa de los Zbinden antes de casarse en el 48.

El tío Ricardo llenaba los espacios dondequiera que se encontrara, ya sea en una reunión social donde tronaba su poderoso vozarrón, especialmente en las partidas de truco del Chible o donde Morán de la calle Baquedano y hasta en las multitudinarias fiestas de la Ogana. Pertenecía al Coyhaique de los beneficios, donde se planificaban las  pavimentaciones, canchas de aviación, medialunas, casas comunitarias, caminos, ayudas sociales, beneficios bailables.

Andaba por ahí siempre metido en los hoteles, o en los bares donde acostumbraba cerrar tratos en negocios o faenas de ganado, en viajes, en acercamientos sociales o en grandes ideas que conversar a la vera del camino. Le gustaban sus amigos, sus mesas con licor y camaradería, las noches de juerga y los excesos. Podía estar conversando por horas frente a todos sin cansarse nunca.

Mackay trató siempre de manejar sus experiencias aprendidas en Argentina y aplicarlas en Chile. Administraba tierras y animales en estancias riquísimas y era feliz con una familia bien constituida hasta que algo la quebró para siempre. Tío Ricardo, a pesar de eso, no se deshizo, sino que volvió a empujarse a sí mismo y salió adelante, primero con un bar propio que manejaba en pleno centro de Puerto Montt, y luego yéndose a Senguer, donde administró otro predio particular, circulando muchas veces por Comodoro, Río Mayo y muchas estancias aledañas.

Aún recuerdo lo bien que recibió nuestros análisis sobre la historia de Aysén, pues conocía a todos los prohombres antiguos y manejaba datos con memoria fotográfica, con una increíble lucidez que echaba por tierra muchas armazones teóricas comenzadas por ahí. Incluso estaba todo preparado para una sistemática actividad de conversaciones semanales con gente antigua, y él había implantado la buena idea de que no hable alguien solo porque mentía mucho y se dejaba llevar por la emoción y la nostalgia y todo lo confundía o lo adornaba. Entonces había quedado establecido que las entrevistas para mis programas iban a ser colectivas, cosa que no prosperó ya que nos perdimos de vista y ya después se fue para siempre.

Con Ingrid, una de sus hijas, nos comunicamos siempre hasta hoy. Rafael, hombre de navíos y marinerías en la Armada, vivía en Viña del Mar con una numerosa familia, y el contacto casi no existe. Hoy se mantienen vigentes los recuerdos para el gran tío Ricardo, que enarboló el orgullo de ser hijo del pionero, el último que quedaba. No olvidaremos sus lúcidas tallas, chascarros y sucedidos espontáneos, no de los que se aprenden de memoria, sus dichos criollos, su mate amargo y su vestuario tan especial. Sin quererlo también se había convertido en un auténtico gaucho chileno.

¿Y el viejo Juan?

JUAN MACKAY FALCON, se vino a Baquedano y llegó vestido de huaso en 1933. (Foto Museo Regional Aysén)

No quiero pecar de injusticia al dejar de referirme al viejo roble Juan Mackay Falcón, padre de Ricardo y pater familias de una gran estirpe y descendencia que hoy transita entre nosotros. Sin querer olvidarme de él, me bastará con volver atrás unos 60 años y verlo contento con hijos pequeños, tal vez los primeros nietos, allí en la casa vieja de Pavo de Año, el querido señor alto que caminaba erguido por las calles, siempre solo y muy amable. Esa casa aún se conserva en calle Ignacio Serrano, al lado del ex cine Colón. Ahí recuerdo haber estado con don Juan, un hombre esbelto y serio que parece ser que estaba enfermo aquella tarde de juegos y comidas con tíos y los primos Hidalgo de Chile Chico que vinieron de visita y se armó un grupo de sonrisas y buenas circunstancias.

Aquella tarde nos acercamos todos y nos reunimos dentro de un patio grandioso y arbolado riendo desaforados y locos, jugamos como niños por el inmenso espacio y hasta pudimos armar unas pichangas entre jóvenes y viejos. Ahí estaba el abuelo Juan enarbolando una sonrisa y creo que contando capítulos de su larga vida por allá por la cocina vieja del fondo de la casa.

Se había venido de Arauco en 1933. Su norte era el futuro Coyhaique, zona de la cual había escuchado hablar muy bien en lo referido a los ámbitos que siempre le interesaron, la ganadería y la industria forestal. Se vino en el vapor Imperial de don Augusto, vestido de huaso. Y su llegada al puerto llamó poderosamente la atención. Un ayudante joven le acompañaba llevando su caballo corralero, brioso atajador que le haría conocido en las primeras quinchas de Baquedano.

Mackay venía señalado por sus dotes de huaso. Y aún recordaba profundamente sus días de escuela, y a su compañero de banco Juan Antonio Ríos.

Los primeros deberes los cumplió sin recibir ninguna paga, para qué si su norte era totalmente distinto. Entonces se incluyó en la construcción de caminos, siendo inspector de obras viales en los lejanos años 35. Poco tiempo después ya estaba siendo propietario de un campo, al que nombraría Fundo Guerra, que fue vendido a Ramón Fernández Diez, un lugar paradisíaco al cual Fernández incluso valorizó aún más al construir una inmensa casa de acogida que destacó por sus finas líneas arquitectónicas y su tremendo volumen para atender a cientos de amigos, familiares, autoridades y vecinos.

Pero en 1959 viajó a Ibáñez y se enamoró de unos predios de allá, adquiriendo unas tierras e instalándose con un campo nuevo llamado La Península.

Fue ahí que trajo un aserradero, el primero, temprano constructor de las primeras casas, más de un centenar de ellas erguidas por primera vez bajo el cielo de Coyhaique, en un tiempo difícil donde costó un mundo emprender el primer vuelo de la vida comunitaria.

Pronto llegaría la parafernalia de la vida activa, el fundamento social de la existencia, su contacto con pares y amigos, con grupos que le hicieron sentirse más patagón que nunca. Ya había lucido como huaso el día de la fundación y también en 1931 cuando se levantaron las 32 ramadas iniciales en un torbellino de fiestas de nunca acabar. Ahí en un proscenio improvisado ganaría premios como bailarín de cuecas, frente a su más difícil contrincante, el carrero y campesino de la tierra, Basilio Rubilar Sobarzo.

Apreció los encuentros sociales, tanto, que pronto ingresaría como socio a Ogana, la mayor convocatoria de agricultores y ganaderos de la zona. Y, desde luego, no pudo sustraerse al embrujo de los huasos, las monturas corraleras, los caballos, las medialunas y los rodeos de tantas celebraciones a través de sus años coyhaiquinos.

De pronto se vio inmerso en afanes políticos, justo cuando en 1938, las elecciones presidenciales proclamaban al profesor normalista Pedro Aguirre Cerda. Era importante ocupar un escaño allí en los listados a los cuales se integraban los más capaces. La capital del territorio entonces era Puerto Aysén y en ese territorio funcionaban los poderes centrales, debiendo incorporar, aparte de autoridades intendenciales y municipales, un nuevo frente político con esos primeros antiguos regidores.

El presidente Ibáñez en una de sus tantas visitas a Coyhaique con vecindades y Mackay. (Foto Museo Regional)

 Mackay supo granjearse, con su capacidad a la vista y su integración social a ultranza, un apoyo generoso que le permitiría conformar el primer grupo de regidores coyhaiquinos en las filas administrativas municipales con asiento en Puerto Aysén. Lo acompañaban en su designación otros tres regidores baquedaninos: José Segundo Vidal, Adolfo Valdebenito y Alberto Brautigam. Aunque Valdebenito era elegido alcalde aquella vez, debía renunciar al corto tiempo. Lo mismo que Mackay, eran hombres más dedicados a su vida privada y asuntos  personales que ser representantes de cargos oficiales.

De allí en adelante será Alberto Brautigam quien señalará el camino.  Recibe nuestras noticias en: WhatsApp | Instagram | Newsletter.

Si vas a utilizar contenido de nuestro diario (textos o simplemente datos) en algún medio de comunicación, blog o Redes Sociales, indica la fuente, de lo contrario estarás incurriendo en un delito sancionado la Ley Nº 17.336, sobre Propiedad Intelectual. Lo anterior no rige para las fotografías y videos, pues queda totalmente PROHIBIDA su reproducción para fines informativos.
¿Encontraste un error en la noticia?