La Última Esquina

Mis programas radiales fueron una especie de fiesta familiar

Por Óscar Aleuy / 4 de octubre de 2025 | 22:01
Don Luis Ojeda, propietario de Radio Patagonia. Al lado, Germán Bauerle, Nancho Ríos y Marcelo Lavado de la Santa María (Fotos grupo NLDA)
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Los programas se iniciaron en Julio de 1986, gracias a Germán Bauerle, un señor con pinta de alemán que caminaba tres kilómetros atendiendo la publicidad y las cobranzas.
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Este señor Bauerle se convertiría de la noche a la mañana en la única persona que me dijo todo lo que se debía hacer y lo que no se debía frente a un micrófono. Una tarde incluso me invitó a acompañarlo al aire en la mismísima sección de las 17.30, que era la hora en que se vivían los prolegómenos de audiciones peak con la sintonía campesina. Fue mi prueba de fuego, temblando y emocionado.

Muchos años después Germán y yo éramos tan amigos que incluso nos jactábamos de reconocer nuestros libretos y estilos al escuchar las primeras frases.

El mundo radial de los campos, las poblaciones y las vecindades, recibió esa energía de vertiginosa reminiscencia, a tal punto que los programas quedaron anclados por largos 27 años en el corazón y los sentidos de miles de auditores. Lo primero que llevé al aire tenía el nombre de Aysén con todos y corría paralelo al espacio grabado de los domingos Los que llegaron Primero, donde el otro amigo que estaba ahí a mi lado me llevó a grabar la presentación a la sala de grabaciones. Se llamaba Humberto Cárcamo Vivar y sus inicios como conductor radial habían sido en la radio Aysén.

Recuerdo la Santa María de madera, oscura y encorvada, igual que la casa vieja donde funcionó la primera casa de los sueños de doña Victoria Travotic donde según dicen muchos, vino a pasar una pena de amor. 

Esta dama destacó especialmente porque la contrataron como estafeta de correos en la primera casa bruja, la de Juan  Carrasco en las confluencias de los ríos, cerca del Regimiento. Hasta ahí llegaban los valijeros con la correspondencia tanto desde el puerto como de Balmaceda. No creo que de Cochrane.

Doña Victoria Travotic fue contratada como estafeta de correos en 1932. Diez años después quedó sola en su casa de calle Bilbao, donde funcionaría después la radio Santa María (Foto Grupo NLDA)

Yo no pertenecía al grupo de los contratados por la radio sino que era un simple mortal que iba los jueves a grabar a un estudio para salir los domingos antes de la misa de las once de la mañana. Creo conservar aún en mis sentidos las pupilas azules de don Germán, la sana picardía de Humberto Cárcamo y la sonrisa de hombre bueno de Justo Beroíza, metidos dentro de la tramoya mediática de Los que llegaron Primero, un emblemático título que remeció las conciencias de los patagones. Me grababan Espinoza y Campos. A veces Juan Soto, a veces otros que se iban a probar. Los jueves había que estar ahí contra viento y marea.

Mis primeros entrevistados

No podré dejar hoy de recorrer los contenidos primeros, el viejo Cándido Franch y la Julia Bon, los primerísimos, la profesora Quintana, e Isaías Gómez, el barretero del Farellón, doña Berta Rodríguez. ¡Qué lujo tremendo teníamos todos dentro de aquella pequeña sala de los interiores de la radio donde escuchábamos y montábamos con la máxima atención aquellos testimonios inolvidables! Conservo ese tesoro, un preciado memorial de cómo se hacen los programas que permanecen ahora como documentos culturales en el Museo Regional. Veo venir a raudales las voces correntinas de los testimonios, la vida extraña de los colonizadores haciéndonos entender la diferencia entre los tiempos y los días que se iban para siempre.

Pasaban a caballo, en tropillas o en tropas verdaderas, rumbo a la Argentina, o desde allí hasta nosotros. Por la radio emergían los domingos los nombres extraños de mis correrías por Valle, Blanco, Balmaceda, Seis Lagunas, el Atravesáu. Por entre mis dedos tiembla uno de esos papeles como papiros, amarillentos y quebradizos, donde me enfrento por ejemplo con Cosme Mencía, José Angel Carrillo, Tulio Navarrete y Remigio Martínez. ¿Por qué olvidar tan pronto lo inolvidable? La imagen ya borrosa de don Tulio, de pequeña estatura, muy matero, muy jinete, muy lleno de gracia a la hora de la conversa, que cuando niño se entreveraba con sus amigos y parientes del puerto y en la Casa Sandra de calle Horn.

Recuerdo haber subido a esos camiones donde se subían para ir al Blanco donde Navarrete abría las puertas generosas y preparaba las cazuelas y el buen vinito y tanto licor dorado de melaza. Este hombre gentil había llegado de Curacautín, hasta el Blanco en 1924 y se había muerto cuando no llegaba a los 57 en circunstancias trágicas que rayaban el asombro. 

No olvidaremos cuando trabajó de chofer para la flota de camiones de Temer Pualuán, transportando lanas y víveres hacia Puerto Ibáñez, junto a su yuntas, Pedro Schulteiss, Ramón Osses y Solís, Bórquez y uno de los Quezada.  

Navarrete había impulsado obras en El Blanco, émbolo incansable, fiero ariete y pistón de glorias cotidianas. Fue casado con Marta Vera, una mujer buena luz para sus hijos Odette, Waldo, Seila, José, Angélica y Patricio.

Otros pioneros que pasaron por el programa

Estos nombres cayeron como lunas en el ambiente cálido de una cocina a leña, entreverados con el amasijo de las tortas fritas y el sonsonete de una ranchera llegando desde lejos. En el programa sonaron siempre, domingo a domingo, se encaramaron los nombres siempre victoriosos de Remigio Martínez Ruiz, un vallino de 1912, también de Curacautín, esposo de Marta Edina Oria y ocupantes de una tierra fiscal junto al padre de Remigio llamado don José Abel Martínez, cercano y colindante con los campos feraces de Juan de Dios Oria. Tuvieron hijos y muchos. Nacieron ahí Héctor, Remigio, Rodolfo, Rindolfo, Arnoldo, Cremilda, Rosa, Estercilia, Edelmira Salomé.

Artemio Medina, el valdiviano de la tierra

Medina era un valdiviano que vino a buscar trabajo a estas tierras indómitas acompañado por un primo, regresándose éste a la semana porque no le gustó el sistema. Al lado de los abuelos viejos que lo recibieron cuando cumplió cinco años, don Aniceto Medina y doña Beatriz Vivanco, se hizo hacendoso, sin tener acceso a las escuelas ni seguir el mandato normal de un rutina de formación, lejano de todo lo que un niño tenía que pasar para poder constituirse normalmente en un ser social.

Reconoció numerosos fracasos en su embarcada en el Colo Colo en 1936, cuando por ejemplo, acompañado por su primo se acercó a don Juan Foitzick, quien no lo pudo atender aquella tarde, yendo entonces a golpear las puertas del campo de Pablo Cea. Escucharon que en la Compañía no había vacantes, lo que significaba medio año ganando sueldos miserables, en circunstancias que en aquellos tiempos de crisis a lo único que podía aspirar era a cortar calafates y pillo pillo y construir cercos de palo a pique. De pronto, don Artemio se compró un caballo y se fue a la Argentina.

El cerco de palo a pique en el fundo El Pequeño

El palo a pique se entierra en fosos de 2 metros, para limpiar terrenos que están sucios, diseñando cuatro cuadras de cerco para corral, echando mano a cualquier clase de vara recta que estuviese a mano, cortándolas todos iguales y parándolas ahí. Con su caballo y su palabra empeñada enfrentó la vida, especialmente don Pablo Cea y Clemente Munita, quienes le apoyaron y le dieron regalías que sin duda se merecía. El fundo El Pequeño , rumbo a Seis Lagunas, acogió durante cuatro años a la familia. Sostuvo el negocio de venta de animaladas y le fue bien, porque pronto comenzó a vender caballos y paralelamente siguió trabajando su campo y en eso vio pasar 17 años, en su predio de Lago Atravesado, cruzando la costa. En los campos argentinos hay uno que administra que se llama capataz, y ordena sus hombres por cuadros y cada uno cumple funciones bien marcadas frente a los animales de los corrales, me contaba con verdadero orgullo. 

Sus días inciales en Baquedano y una carrera famosa

Cuando llegó por primera vez a Baquedano había unas quince casas, tal vez veinte, sin preocuparle mucho el pueblo y yéndose a trabajar a sus campos. Volvió al pueblo. Ya habían más de mil casas, y sintió una impresión que le hizo muy bien.

Con el tiempo, le tocó integrar las carreras de caballos como rayero, donde destacó con méritos propios, especialmente cuando corrieron el Piedrero de Pablo Cea y el Lomas Tigre de don Domingo Soto. Inmediatamente recibió la invitación para ir a defender el caballo de tal o cual campesino, en todas las temporadas. Siempre le llamarían y entonces se hizo conocido, aunque no ganó nunca un peso porque debía jugar como imparcial. 

Dos imborrables colegas de la radio: Pepe Calvo Monfil de la Patagonia y Germán Bauerle de la Santa María. (Foto Grupo NLDA)

Esto y algo más, muchísimo más me dejaron mis largos años de experiencia en las radios Ventisqueros, Patagonia y Santa María. 

Sería injusto no mencionar otro de los programas que corrían paralelos al de la Santa María. Se llamaba Entre gauchos no hay fronteras y lo emitía la Patagonia de los Ojeda.

Hoy, muchos de esos paisanos que me saludan, recuerdan  su niñez, las mañanas de los domingos y después diariamente, cuando antes de las misas se escuchaba el ladrido de un perro y un campesino gritando entre mugidos de vaca.

Don Oscar, cuando empezaba usted con su programa de las nueve, era una fiesta en la familia. Íbamos a encontrarnos con las historias lindas de nuestros abuelos. Poníamos la radio fuerte y nuestros propios perros respondían ladrando.. qué manera de reírnos y gustarnos esas dos horas. Qué lindas las músicas, los chistes, las contadas y las mentiras. Hoy ya no se escucha eso. Los programas perdieron su naturalidad.  Recibe nuestras noticias en: WhatsApp | Instagram | Newsletter.

Mi obra literaria al día de hoy, consta de los siguientes títulos: Nosotros los de antes; Llegaron Primero; La última esquina de la tierra; Las huellas que nos alcanzan;  Los manuscritos de Bikfaya; El beso del gigante; Amengual; Peter, cuando el rock vino a quedarse; Morir en Patagonia, Cisnes, memorias de la historia; Memorial de la Patagonia; Allá en el Rancho Grande; Cartas del Buen Amor. Contactos: OSCAR ALEUY R. dimeloyou@gmail.com 

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