Historias DiarioSur
Por Pablo Santiesteban , 28 de diciembre de 2020

El pirata Ñancupel, el terror de las Guaitecas

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Los difíciles mares de Chiloé y Aysén fueron los escenarios de las correrías de Pedro María Ñancupel y su banda en las décadas de 1870 y 1880.
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[#HistoriasDiarioSur] A fines del siglo XIX este bandido, que algunos lo ven como un justiciero, asoló las aguas de Chiloé y de Aysén. Esta historia mezcla crímenes, aventuras y un final triste.

La piratería tuvo su fama a lo largo de los mares hasta el siglo XIX y en algunas partes del mundo aún subsiste. Las aguas de la región de Aysén también conocieron el paso de piratas, sobre todo de aquellos que atacaron ciudades de Chiloé o de más al norte en el siglo XVII, pero hasta hace pocos años hubo un pirata que causó temor en las aguas de Chiloé y del sur del archipiélago de las Guaitecas, se trató del pirata Pedro María Ñancupel Alarcón.

El pirata Ñancupel adquiere ribetes novelescos, de hecho hay varios libros acerca de él e incluso se hizo una película donde se le mostraba con una imagen distinta, más como un justiciero en oposición a Ciriaco Álvarez, el chonchino conocido como “el Rey del ciprés”, aunque las fechas en que se desenvolvieron ambos personajes no coinciden. En el estricto rigor a Ñancupel se le adjudicaron 200 crímenes y 99 asesinatos entre las décadas de 1870 y 1880, incluido el hundimiento de embarcaciones, todo esto cerca del pueblo de Melinka y en las costas chilotas.

LEYENDA

La figura de Ñancupel se mezcla ya con la leyenda, pues hay relatos que hablan de que era un malvado que violaba y asesinaba mujeres e incluso niños pequeños y otros en que concentraba su saña contra los patrones de embarcaciones y que los productos robados (dinero, pieles, pepitas de oro y otros objetos) los repartía entre los más pobres, como si fuera un Robin Hood chilote.

La documentación que hay de él informa que nuestro personaje nació en 1837 en Terao, cerca de Chonchi, y que cuando cumplió 20 años se fue a trabajar al sur de la isla de Chiloé, presumiblemente a Quellón, ciudad donde habría conocido a su esposa Pabla Llancalahuén. Luego viajó a los archipiélagos de Guaitecas y Chonos para ayudar a uno de sus hermanos en el negocio de las pieles que por aquellos años daba buen dinero. También se dedicó a hachero de cipreses y cazador de lobos marinos, pero no está claro por qué dejó atrás todo eso y se convirtió en un proscrito al adoptar la piratería como la forma de ganarse la vida. ¿Venganza, resentimiento o afán de enriquecerse de manera rápida? No sabemos a ciencia cierta cuáles fueron las razones.

CON LOS NAHUELHUÉN

Pronto se unió a la banda de los Nahuelhuén con quien inició sus primeras correrías. El líder era José Domingo Nahuelhuén quien mandaba a 15 hombres y aparentemente era familiar de Pedro Ñancupel, así como toda la tripulación, pues coincidían en los apellidos.

No había cañonazos para abordar las goletas como en la clásica piratería, el modo de operar de la banda consistía en perforar el casco de las embarcaciones y mientras se hundían los piratas las abordaban. Si alguien se oponía o le disparaban o lo apuñalaban y arrojaban el cuerpo a las frías aguas. Con rapidez sacaban todo lo de valor y lo llevaban a su velero y dejaban que el otro se hundiera lentamente.

Las andanzas de los Nahuelhuén fueron denunciadas a las autoridades de Chiloé quienes encargaron la captura de estos “piratas chilotes”. Por fin en 1879 capturaron a la banda, incluido Pedro Ñancupel, pero éste se salvó de ser condenado, pues no se pudo comprobar que él estaba en el lugar de los hechos. José Domingo Nahuelhuén y dos de sus secuaces fueron condenados a muerte por actos de piratería y fusilados en Ancud el 9 de junio de 1879.

EL TERROR DE MELINKA

A partir de 1880 se empieza a dar aviso de ataques a embarcaciones chilenas y extranjeras y de sus hundimientos. Pronto el nombre de Pedro Ñancupel y su banda vuelven a hacerse oír entre los pobladores de Melinka y todo Chiloé, así como de las embarcaciones que navegaban por los archipiélagos de las Guaitecas y Chonos.

Al nombre del apellido Ñancupel se toman todos los resguardos y el miedo se hace presente entre la gente de mar que habla de él como un asesino despiadado, sin embargo hay otros que hablan de su generosidad con los más pobres y con los indios huilliches, postergados de la civilización occidental que se habría paso por tan bellos parajes. Él mismo era “champurreo” (mestizo) por lo mismo no sería descabellado pensar en su cercanía con el mundo indígena.

Tal como su mentor Nahuelhuén, Pedro María sumó a familiares suyos a su banda de piratas. ¡Qué mejor que la familia para confiar en alguien! Con el tiempo se daría cuenta que tal máxima no siempre es veraz.

Los diarios locales El Archipiélago, El Católico, El Chilote, El Liberal y La Probidad, así como la Gaceta de Los Tribunales publicaron diversas crónicas de los crímenes del pirata chilote y su banda.

Pronto el subdelegado de Melinka Belisario Bahamonde encarga la captura del afamado pirata. Será el teniente de la policía Felipe Montiel el encargado de buscar a Ñancupel y llevarlo a la justicia, sin embargo el “champurreo” y su banda conocían bien los canales sureños y en varias ocasiones burlaron al brazo largo de la ley. Montiel era veterano de la Guerra del Pacífico y era tan duro como lo era Ñancupel. La temporada de caza estaba abierta para este policía y el pirata estaba dispuesto a burlar la búsqueda o pelear a punta de cuchillo con 5, 10 o 100 que se le echaran encima.

LA CAPTURA

En 1885 Pedro Ñancupel es sindicado como el responsable del hundimiento de la goleta mercante "Jilguero" y del asesinato de sus tripulantes y de la esposa e hijas del capitán. Algunos investigadores indican que tal suceso fue un naufragio, sin embargo los rumores apuntaban como responsable al pirata y sus hombres.

Un diario de la época cuenta que la noche del 29 de marzo de 1885 salió de Ancud para las Guaitecas la goleta “Jilguero” y en su carga llevaba abarrotes para el almacén de la empresa maderera, siete pasajeros y la bolsa del correo. Nunca más volvieron a verla. Se empezó a especular que la “Jilguero” fue abordada por la banda del pirata Ñancupel quienes asesinaron a las quince personas que viajaban en ella, incluido el capitán, su esposa y sus tres hijas. En Ancud corrió el rumor que en una de las islas del archipiélago de los Chonos el capitán con su familia, la tripulación y los pasajeros - a excepción de unos pocos tripulantes que quedaron a bordo – fueron obligados a bajar a tierra y en la playa de esa isla desconocida los asesinaron alevosamente y luego los piratas abordaron la goleta y mataron a quienes no habían desembarcado; después descargaron la mercadería y barrenaron la nave haciendo desaparecer todo vestigio del crimen.

El incansable teniente Montiel abrió sus redes para poder dar con Ñancupel y fue así que el 6 de agosto de 1886 fue capturado en Melinka, en medio de una borrachera con parte de su tripulación. El pirata fue encadenado y llevado a la ciudad de Castro junto a su hermano Anastasio Ñancupel y el hijo de éste -José Miguel-, y sus sobrinos Anastasio Segundo Ñancupel Arriagada (14 años), Anastasio Segundo Catepillán Ñancupel (17 años) y José Belisario Catepillán Ñancupel (14 años). Los tres últimos fueron liberados por ser menores de edad.

En el juicio, Anastasio Ñancupel y su hijo José Miguel admitieron ser responsables del asalto y asesinato de los hermanos Manquemilla, coterráneos suyos de Terao, muertos en las Guaitecas. Además, un sobrino de Pedro María, Felipe Ñancupel​, testificó en contra suya y dijo que había escuchado como su tío había contado que mató a cuchilladas al capitán del “Jilguero” Pedro Garay, de nacionalidad española, y a otros tripulantes.

En medio del proceso Anastasio y su hijo José Miguel consiguieron escapar de la cárcel de Castro. Nunca más se supo de ellos.

El proceso del chilote se dio a conocer hasta en Santiago con aires novelescos de los periódicos de aquellos años.

AL PAREDÓN

Pese a que Ñancupel siempre se declaró inocente, la justicia de la Corte de Apelaciones de Concepción finalmente lo condenó a la pena de muerte. Fue el 7 de noviembre de 1888 el día de su ejecución, que no dejó de tener ribetes curiosos. El fusilamiento del pirata se fijó para las 8 AM de ese día, pero sucedió que cerca de la cárcel -ubicada en calle Portales- había una mujer que estaba a punto de dar a luz y se consideró de mal augurio ajusticiar al condenado antes de que nazca ese bebé, por lo que se tuvo que esperar a la parturienta antes de dar curso con la ejecución.

Pedro María Ñancupel Alarcón fue confesado por el sacerdote franciscano Bernardo Bórquez y sus últimas palabras fueron para alegar que era inocente, para pedir perdón a aquellos que sentía que había hecho un daño y perdonar a quienes iban a ajusticiarlo. Ya en el paredón se sintió la descarga que se llevó la vida del malogrado pirata y fue el propio teniente Felipe Montiel el que le dio el tiro de gracia para que no queden dudas de que la sentencia había sido bien cumplida.

Posteriormente, Pabla Llancalahuén, esposa del ajusticiado, pidió el cuerpo para enterrarlo. Se cuenta que Pabla recibió el cuerpo inerte y acribillado sin ningún ataúd, por lo que lo subió a una carreta y ella misma lo sepultó en el cementerio de Castro. No hubo misas, ni oraciones ni una cruz para Pedro Ñancupel ese 7 de noviembre de 1888.

Como epílogo se puede decir que el sobrino delator del pirata Ñancupel, Felipe, tuvo la misma suerte, pues en 1914 fue condenado a morir fusilado por dar muerte a su propia esposa. 

También se corrió la voz que Pedro Ñancupel había enterrado un tesoro cuantioso en la isla Guamblin, en el archipiélago de Chonos, y algunos aventureros acudieron a desenterrarlo, pero nunca lo encontraron. Si es que hay un tesoro en esa isla Ñancupel se llevó el secreto a la tumba.

 

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