La aparición y proliferación de un microorganismo, el virus SARS-CoV-2, junto con poner en jaque el sistema global, se ha traducido en un repentino y forzado cambio de hábitos. La vida cotidiana global, caracterizada por la intensa movilidad de las personas, se ha visto abruptamente interrumpida, obligándoles a permanecer en su espacio más íntimo: su casa.
Por el momento, el distanciamiento social se postula como el único medio para detener el avance de una pandemia mundial. La fuerza de esta pequeña acción no debiese sorprender, ya que la potencia de lo micro y su relación con lo macro es una lección milenaria de la Tierra. Los ecosistemas que sustentan la vida en el planeta son un ejemplo de esto.
Micromundos
Al adentrarse en las profundidades de los ecosistemas se revelan pequeños mundos que se despliegan sobre los troncos de árboles, la cobertura del suelo o debajo de las piedras de un estero. Allí, en la cohabitación de diversos seres vivos podemos encontrar briófitas (musgos, hepáticas y antocerotes), líquenes (mezcla de algas con hongos) e invertebrados de agua dulce, que juntos conforman los bosques en miniatura, metáfora acuñada por el Dr. Ricardo Rozzi, filósofo y biólogo chileno, que procura reconocer, conservar y valorar la existencia de estos estos organismos pequeños.
A pesar de su pequeño tamaño, estos organismos son los más numerosos, resilientes y diversos del planeta. Su existencia se traduce en importantes funciones ecológicas, desde el papel que cumplen los invertebrados de agua dulce para las redes de alimentación; pasando por la regulación del agua a cargo de los musgos, plantas hepáticas y antocerotes (briófitas) que absorben el exceso de agua lluvia y la liberan lentamente durante los periodos de escasez; y por el carácter de bioindicadores de los líquenes, organismos extraordinariamente sensibles a los cambios ambientales. Cada función vital, entrelazada con la otra, permite la continuidad de la vida en el planeta.
Saberes para la conservación
Conocer el microbosque es clave para su conservación. La ciencia entrelazada con saberes ancestrales permite vincular el conocimiento con la convivencia de comunidades humanas y no-humanas, base de la Filosofía Ambiental de Campo (FILAC), propuesta por Rozzi y su equipo de investigación, quienes la ponen en práctica través de actividades educativas, como la iniciativa de turismo científico y de bajo impacto “Ecoturismo con Lupa” realizado en el Parque Etnobotánico Omora, situado en la Isla Navarino, en el extremo austral del continente.
Desde la Región de Aysén, un equipo multidisciplinario del Campus Patagonia de la Universidad Austral de Chile, inspirado por la FILAC, propone adentrarse en los bosques en miniatura del Parque Nacional Queulat a través de la iniciativa “Ecoturismo con Lupa en Áreas Silvestres Protegidas de Aysén”, proyecto financiado por el Fondo de Innovación para la Competitividad (FIC-R 2019) del Gobierno Regional de Aysén.
“Es necesario, por una parte, conocer más acerca de las especies con las cuales cohabitamos, su rol ecológico y lo importante de su conservación para sustentar la vida en el planeta y, por otra parte, poner al servicio de la comunidad este conocimiento para avanzar en su protección y conservación. En este sentido, el proyecto busca aportar a la conservación del microbosque a través del conocimiento y valoración de éste desde una actividad de bajo impacto como lo es el ecoturismo con lupa”, indica Viviana Pizarro, directora del Proyecto FIC “Ecoturismo con Lupa en Áreas Protegidas de Aysén”.
La coexistencia de líquenes, briófitas e invertebrados de agua dulce se revela como uno de los aprendizajes que deja el microbosque: las pequeñas acciones conjuntas y colaborativa son las que permitirán la resiliencia de la vida humana frente a la pandemia que hoy se enfrenta.
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