Durante estas semanas he buceado en los orígenes y emplazamientos delocalidades distintas, todas ellas situadas a comienzos de los setenta, década especialmente recordada por los acontecimientos políticos que venían a remecer la sociedad chilena. Hoy le toca a Mañihuales, desaliñado villorrio en aquella lejana década, desprovisto de todo, con un puñado de unos 70 habitantes que, aunque no estaban diseminados, carecían de luz y agua potable, de emplazamiento y de carácter.
Ahí estaba ese típico valle cordillerano que lo encerraba todo, que lo ajustaba a los interiores y lo convertía en secreto. Hasta el mar mediaban unos 80 kilómetros, a Coyhaique 70 y más de 130 hasta Puerto Aysén. Su ubicación, al sur del Lago Esponja y al este de río Ñirehuao y Mañihuales. Estaba rodeado de cordones cordilleranos y también muchos cañadones. Se reunían en esos años los feligreses en torno a templos católicos y evangélicos y una vez al año visitaba el lugar un sacerdote para celebrar bautizos, matrimonios y misas de difuntos, mientras que el culto evangélico poseía un pastor propio que no se movía del poblado en todo el año. No había fiestas religiosas ni peregrinaciones ni ceremonias de fervor colectivo.
El comienzo de la civilidad
El pueblo no contaba con grandes almacenes para abastecerse de productos de primera necesidad, aunque existieron algunos pequeños bolichitos, tres almacenes, dos carnicerías y tres restaurantes más dos botillerías clandestinas que pasaban atiborradas de parroquianos que bajan al pueblo a caballo, o pasaban por ahí y se quedaban tres o cuatro días consumiendo todo el licor que hubiera. Después llegó un supermercado.
Funcionaban en la vecindad industrias artesanales que confeccionan tejidos, mantas y temperadas pierneras de cuero de oveja para no pasar nunca frío en los largos recorridos por la huella. Respecto a transportes, funcionaban liebres con capacidad para 8 pasajeros y una camioneta furgón para 10, que salían de Coyhaique a las nueve de la mañana por caminos deplorables plagados de hoyos.
La única posta de salud funcionaba en la misma comisaría de carabineros y era atendida con turnos especiales por un practicante, quien a la vez efectuaba atenciones de pacientes en los mismos domicilios por no haber centros de salud. No existía en realidad la educación formal y en una pequeña casa se impartían clases a unos 100 educandos con dos profesores a cargo. Por una hora al día un telegrafista estatal cubría los servicios gracias al cual muchas personas podían comunicarse con gente lejana.
Los primeros días de la villa
Si nos remontamos al principio, Mañihuales consistía en una infinidad de árboles que formaban una inmensa zona selvática y los que llegaron primero, como la mayoría, entraron ahí abriéndose paso a hacha y machete y quedándose por unos dos meses con alimentos necesarios para la subsistencia. Esto era hacia 1935 y en un lapso de unos cincuenta días los hombres entraron para puro machetear y botar selvas para dejar un despeje necesario que daría después paso a las primeras sendas y caminos. ¡Qué importancia cobraba en ese tiempo un camino, la única forma de comunicarse con otros campos, con otros paisanos, el único momento posible para llegar a otros poblados y volver con víveres, con jabón, con velas! Sólo hasta 1962 comenzaría a funcionar como villa-pueblo este sector, en forma oficial y ya con papeles de fundación. Era un 25 de Septiembre.
Pero cuatro años más tarde el terremoto blanco causó aluviones que sembraron el pánico entre los lugareños, un riada que cubrió de barro quintas y manzanas, provocando gran caos.
Pioneros mañihualinos
Los predios estaban ahí ese año y sus pobladores, contentos por una parte, pero siempre alertas y desconfiados por esta referencia del clima
y de las amenazas. Recordemos los primeros nombres de familias ya afincadas: las 33 mil hectáreas que correspondían al área de Mañihuales las poblaban en los 70 Teodora Foitzick, Santiago Oyarzún, Beltrán Catalán, Armando Briones, Clemencia Sepúlveda, Romilio Villalobos, Joaquín Real, Julio Barrientos, Antolín Zúñiga, Jorge Villablanca, Guillermo Torres, Teodoberto Jara, Casilio Ortega, Victoriano Galilea, Evaristo Coronado, Fidel Henríquez, Victoriano Rebolledo, Pablo Riquelme, Francisco Zapata, Ramón Cabezas, Felipe Pérez, Ricardo Arend, José y Carlos Riquelme, Lupercio Vega, Octavio Melo, Evaristo y Segundo Jara, Cristina Avendaño, Rosamel Vega, Rosalina Cabral, Julio Fuentes, Antonio Sanhueza, Narciso Jara, Eligio Villegas, Adolfo Cáceres, Alfonso Cid, Ernestino Rebolledo, Rodolfo Martínez, Rufino Manríquez, Hipólito Cifuentes, Juan del Río, Lucerina Fernández, Ana Fourniel, Oscar Arend, Benito Vega, Vitalia Latorre, Manuel Guzmán, José Campillo, Carlos Muñoz, Segundo Romero, Humberto Córdoba, Esteban Vásquez, Antonio Seguel y Amelio Ortega.
Esta cincuentena de pobladores constituyó la primera hornada de ocupantes con títulos de dominio definitivo de los selváticos terrenos de
Mañihuales, un lugar confinado con cerros encima, pero con pastizales y áreas tan fértiles y pródigas como hasta ahora se ven. Un pueblo distinto,
con energías propias, con gente sencilla y feliz que permanece aún al lado de la historia sintiendo el latido fervoroso del tiempo.
Ahí viene la plaga
En 1937, desde Ñirehuao a Mañihuales hay intensos movimientos de tropas. Inmensos cañales cubren el sector, enredándose en los bosques donde casi no hay gente poblada. La tierra virgen impide hacer campos, abrir, encontrarse con la luz. Los hombres tendrán la alternativa para despejar la tierra, quemarán para hacer habitable el lugar, apartarán rastrojos, desembarazarán, desbrozarán, removerán, hasta que se encuentre apta para el trabajo.
En 1939 ocurrió una tragedia. Florecieron los cañaverales, algo inesperado. Los zarzos se fueron cubriendo de semillas pequeñas que estaban ahí, denotando la señal que todos los campesinos de Aysén conocen, una señal ominosa, y adversa para la vida del agro. Los hombres despejaban campos, con incendios que provocaban sistemáticamente. Pero el florecer de la quila cambió todo. Cuando la caña mostró sus primeras semillas y luego inesperados sus pétalos, se les vinieron encima miles y miles de ratones colilargos. Llegaron a comer todo lo que les rodeaba.
La primera plaga se derramó por las selvas y las mesetas en 1940. Cualquier poblador que hubiera estado ahí, habría querido salir huyendo del sector. Plantas, árboles, riberas, montes y selvas, ríos y arroyos se vieron de la noche a la mañana invadidos por la siniestra presencia de millares de roedores en busca de alimento, atraídos por el irresistible aroma de la semilla del cañal. Por aquellos días nadie se hubiera atrevido por ejemplo a alojar en pleno campo, pues la plaga hubiera dado fácil cuenta de su cuerpo, comenzando por los cabellos, la cabeza, y las extremidades, hasta dejarlo convertido en una masa sanguinolenta.
La solución llegó mucho tiempo después, cuando cansados de la invasión, los pobladores decidieron quemar el sector del río, acercando árboles, valiéndose de combustible inflamable y logrando que aquella plaga sea aniquilada en medio del aroma a carne asada y la agonía de los más fuertes, que fueron quedando depositados en el río hasta formar un impresionante resto con aroma a descomposición.
Mañihuales recibió a sus hombres con sorpresas como aquellas. Hoy, los testimonios ponen de pie la escaramuza, y la reviven sus palabras ancianas, rescatando vivencias inimaginables para los ayseninos contemporáneos.
------
Grupo DiarioSur, una plafaforma informativa de Global Channel SPA, Av. España, Pasaje Sevilla, Lote Nº 13 - Las Animas - Valdivia - Chile.
Powered by Global Channel
216807