Soy de Mañihuales, esa es mi ciudá… es uno de los temas que nos legó mi compañero de escuela Alejandro Chocair, el Aysenino Porfiado, cantautor fallecido.
Sonaba una música triste de victrola cuando vi llegar a la Serafina hasta Pampa Ormeño. Tenía diecisiete años y la divisé con su padre, imaginándola con un fondo de calafates y el cansino trote del matungo.
Por la tarde es la abuela. Los cercos nevados, el techo completamente blanco. El frío insoportable y las manos azuladas. La abuela ha llegado de los lados de Perito entrando a la frontera con la Tere, la hija de Francisco Vergara.
Un ejercicio de reconversión y retroceso, termina por llevarme a los primeros días de niñez en un Coyhaique que pronto cumplirá 100 años.
Como una marisma, como un charco de agua que engaña y molesta en medio de la huella, Aysén parece que se tocara a sí misma para convencerse que sigue viva su historia a través de los días.
Muchas veces estuve de visita en los campos y abrí tranqueras de golpe. Los gauchos chilenos respiraban en silencio sus soledades. Pero hablaban lindo sobre lo que le dejaban sus abuelos.
Puerto Aysén era la puerta de entrada del territorio del Áysen, donde llegaron los del sur y norte en busca de trabajo en las primeras compañías. Los recién llegados buscaban algún caballo viejo y barato para iniciar la travesía con pilchas y familia hasta la Pampa del Corral.
Era muy divertido escuchar esta historia de un hombre que le gritaba a su nieto la frase para que no se olvide que tenía que estar sano para vivir y llegar a tiempo a comer el café del desayuno.
Nadie logra aún conocer la identidad de quien revelara el único secreto de la vida del general Antidoro Bermúdez. Se comentaba sobre un vagabundo que dormía bajo los muelles de Puerto Aysén a principios de los años 20. La verdad era otra.
El año 1910 fue la primera vez que algunos caminantes escucharon hablar de Chile Chico, cuando arreaban animales por la pampa rumbo a Tierra del Fuego. Quedó con ese nombre en comparación con el Chile Grande que ellos conocieron en el sur.
Hoy atrapamos en nuestros cuadros de costumbres a tres personajes de la estancia Coyhaique: Carmelo Levín, José Cayún y el primer médico George Schadebrodt.
¡Qué bella mujer era Irene! Desde que llegó a la pampa junto a sus padres y a su hermanita Asse, hasta que se supo de un libro que escribió sobre esas tan profundas memorias y que le puso el nombre de "A caballo por la vida".
Una experiencia que regresa y se aleja fue la que me tocó vivir durante las entrevistas a Peter Rock en las alturas de Concón. Varios días estuve con él, grabando palabras e historias de su vida. Hasta que una enfermedad invalidante se lo llevó para siempre.
Nunca imaginé encontrar en el rincón más invisible de una casa de campo cercana a Coyhaique, un museo de antigüedades que me atraparía como un resorte, salido de la nada. Mi amigo Erico me lo anunció entusiasmado durante una noche de copas y pensé que era otra de sus invenciones.
Todo tiene sentido cuando un colono burla las distancias y se hace querido y admirado por sus pares al fundar un emplazamiento casi imposible en el sur furioso de Aysén
La controversial situación geográfica de existir como ayseninos y ser una de las regiones más paradójicas de Chile, me lleva hoy a anudar algunos cabos sueltos y nuevas singularidades sobre nosotros.
Nerta estaba de cumpleaños en el momento de terminar ayer estas líneas. Bella la hija de colones, conoció a todos sus primeros paisanos.
Una mujer con los colores güeros del rococó, acaba de irse de este mundo. Se fue a morir lejos de su tierra sin alcanzar a darse cuenta en qué mundo vivía. En Coyhaique, casi nadie la conoció.
Un parsimonioso vagabundeo por las palabras es capaz de evocar los días de preadolescencia del autor, en un espacio lleno de brillos y fulgores. Son las horas del descubrimiento en plena Puerto Aysén, donde la lluvia nunca para.
A mediados del siglo XIX, muchos expedicionarios buscaban una y otra cosa y enviaban aterradores informes a sus reyes sobre lo mal que se vivía y lo feo e insoportable que era Aysén.
Un largo remezón acompañado por un gran rugido de alrededor de 10 minutos sacudió a la ciudad de Coyhaique la tarde del 22 de mayo de 1960.
En Agosto de 1991 el volcán expulsó 2.500 toneladas de cenizas, que cubrieron gran parte de las Patagonias. Fue un desastre para la producción agropecuaria y el terror invadió a ambas comunidades.
Déjenme empezar hoy por lo que venimos dando por sentado, como si fuera algo normal pero no lo es. Ni que los oscuros ambientes delictivos existan y se desplieguen como grandes tentáculos por las comunidades sólo en nuestros tiempos presentes.
Yo creía hasta ahora que sólo los estudiantes que hacían arquitectura con sus rapidograph en los estuches eran los únicos depositarios de las maravillas que dejaban las clases del tata Alberto Cruz en la Bottega de Viña. Hoy me doy cuenta que no era así.
Una ocasión justa para llegar de invitado a una reunión de gauchos conversadores y mentirosos de Balmaceda, en la casa vieja de la Dumicilda Medina y la cocina a leña de los Pérez Tallem.
Los conflictos de interés, los engaños y las manipulaciones que precipitaron los acontecimientos de la Guerra de Chile Chico, nos abren hoy las puertas a la comprensión de este bullado affaire ocurrido en Aysén al concluir la segunda década del siglo XX.
Tengo sobre la mesa los cuadernos llenos de anotaciones y apostillas con la evocación de los fundadores. Cada anhelo recogido desde el corazón, parece penetrar como un estilete por mis arterias y me roba el habla y la mente.
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